Verano de 1976. Manuela lleva el nombre de su padre, socialista y ateo; pero su abuela, católica y conservadora, insiste en darle el nombre que todas las primogénitas de la familia han llevado por generaciones: Dolores. Empeñada en defender las ideas de su padre, Manuela se enfrenta a las ideas de sus primos y abuelos, pero un encuentro inesperado le obliga a enfrentarse a sí misma. Oculto en la biblioteca de la casa de hacienda, hay un tío loco dedicado a liberar a las palabras de las ataduras de los dogmas. Con él Manuela debe romper sus propias ataduras y esto cambia para siempre su relación con el lenguaje y con los nombres, incluido el suyo propio.