El general es secuestrado y trasladado a una casa de campo, donde sus captores lo encierran en un cuarto y llevan adelante un “juicio” en el que deberá explicarles decisiones políticas que tomó años atrás. El veredicto determina que es culpable y lo matan. El título de la nueva película de Rafael Filippelli menciona dos acciones y es indudable que ellas organizan su narración: una marca el comienzo y la otra el desenlace. Pero el espesor de Secuestro y muerte no está allí, sino en lo que deja traslucir: ese general es Pedro Eugenio Aramburu, esos captores son los montoneros y esas dos acciones sucedieron en 1970 y definieron un giro brutal y definitivo de la violencia política en Argentina. Como en otros films en los que Filippelli trabajó explícitamente sobre la política en los ‘70 (Hay unos tipos abajo; El ausente), el espacio cerrado aquí se vuelve tan reclusivo y ominoso como el exterior. La condición polémica de Secuestro y muerte no es su tema sino la osadía propia de un gran cineasta, que va y viene entre los dos puntos de vista sin priorizar nunca uno sobre el otro. La intrínseca ambigüedad del arte.