Werner Herzog compartía piso en la década de los cincuenta con Klaus Kinski, una persona egomaníaca. En un arrebato de fuerza desatada, Klaus podía destrozar el mobiliario del apartamento sin causa aparente. La extraña personalidad de Klaus fascinó a Werner y devino en una fuerte amistad que con el paso de los años se convertiría en difícil relación durante el rodaje de la película "Aguirre, la cólera de Dios".