que será el amor de toda su vida, Arturo se embarca en la Covadonga con destino al norte de Chile. Su misión: llevar a la fragata a unirse a la escuadra que espera en Iquique emprender el ataque al Perú. Son tiempos de crisis. El aumento a los impuestos de las salitreras chilenas, la violación de tratados internacionales, la alianza secreta entre Perú y Bolivia, ha llevado a que la guerra se haya declarado irremediablemente. El puerto de Iquique se mantiene bloqueado por buques chilenos, en una tensa espera, la antesala a una ofensiva irreversible. En el viaje Prat es asaltado por sus recuerdos. En cada paseo por la cubierta, en cada contemplación de sus objetos personales, en cada madera de su bitácora, en cada observación al océano, las imágenes parecen surgir con inusitada fuerza: Un niño temeroso llevado a los diez años a la naciente escuela naval, un adolescente dando sus primeros pasos para conquistar a su amor, un joven marino estudiante de abogacía embarcado, un oficial atrapado en el mar, recuerdos que lo asaltan como si fuera necesario volver atrás para comprender el destino de este último viaje. Un viaje por el pasado construido en instantes que definen la suerte de un hombre, y cómo se convierte en un héroe. La mañana del 21 de mayo se divisan en el horizonte humos al norte. Son naves enemigas. Blindados que se han cruzado por azar con la Escuadra. Buques con un poder de fuego infinitamente superior a la fragata de madera con 200 hombres. En ese momento Arturo Prat comprende que todo lo que ha sucedido en su vida, hechos aislados, decisiones, intuiciones, sólo han sucedido para que él este ahí, en ese momento y lugar, y en ningún otro. Prat comprende que la batalla que se avecina es para lo que ha sido preparado toda su vida. Y comprende que por primera vez es dueño de su destino.